UNA HISTORIA REAL
Atardecer de Enero en Sanlúcar. |
La vi sentada a los pies de mi cama. Yo tenía los
ojos casi pegados por el duermevela del temprano despertar. Y allí estaba. No
sabría decir cómo era su ropa porque la
envolvía esa bruma que tenemos en la vista los miopes.
La tía Agustina
tuvo toda su vida una salud frágil. El asma bronquial que padecía la dejaba
exhausta; al menor esfuerzo se quedaba sin respiración, con los labios lívidos
pero sonrientes. Siempre fue alegre y sus ganas de vivir, inmensas. El tío Ramón, su marido, la
complacía en todo y se avenía siempre a sus deseos. A pesar de la diferencia
física, ella era la persona dominante, quién lo arrastraba a las alegres correrías que organizaba.
No tuvo hijos
y los sobrinos fuimos su debilidad. En mi adolescencia no la entendí demasiado,
pero en los últimos años de su vida fue un gran sostén para mí.
La acompañé
mucho tiempo entre médicos y hospitales.
En las prolongadas temporadas que pasaba
en cama teníamos largas charlas, fui su
confidente en sus últimos años y aprendí a conocerla y quererla más.
El
día antes de morir, el médico dijo que se encontraba fuera de peligro y que la
pasarían a planta. Durante la breve visita que nos permitían hacerle estuvo dando un repaso a los asuntos que le
preocupaban.
-La casa
está perfecta ¿verdad? Los techos en condiciones y las puertas del cierro reparadas
para que no entre la lluvia.
-Ahora no te
preocupes de eso, todo está correcto –contesté.
-El
testamento y las escrituras están también en orden, ¿no? –preguntó.
-¡Que sí! - respondí–,
que todo está arreglado y conforme tú lo
querías.
-¿Y el tito?
-Está bien,
pero te echa de menos.
-Sí, está
muy acostumbrado a estar siempre a mi lado, nunca se ha separado de mí. Sólo
queda una cosa por solucionar…
-Pero
también se resolverá pronto, ya lo verás -intenté tranquilizarla- Ahora
descansa y duerme un poco hasta que vuelva luego.
Aquella noche
empeoró y entró en coma. Unas horas
después había fallecido.
Meses más tarde la vi sentada a los pies de mi
cama. Me incorporé pero no hice ningún gesto para tocarla, no hacía falta, me
bastaba su presencia.
-¿Ya está
todo resuelto? -me preguntó.
-¡Claro! Tal
cómo te prometí, puedes estar tranquila. –le contesté.
-Sabía que
podía confiar en ti.
Quise
continuar la conversación pero se fue sin decir adiós. La luz del día entraba
por el balcón y mis ojos ya podían distinguir
con nitidez los objetos del dormitorio.
No
lo soñé, la tía Agustina me visitó después de morir.
Lo
que todavía no sé es como hizo para subir las escaleras sin asfixiarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario