martes, 18 de junio de 2013

EN LA NADA



Dibujo de Marian


De Marian, solo sé que tenía en sus manos el mundo de Sofía, al menos, eso me dijo unos minutos antes de que empezáramos a escribir este pequeño cuento. Intercalamos frases, encajamos palabras la una en el pensamiento de la otra.


De Marian, solo sé que cuando se aburre le pone colores al otoño y que guarda trocitos de  primaveras entre las hojas de los libros.  
De Marian, solo sé que vive muy lejos, y que desde esa distancia, entre las dos, hicimos este cuento.
 

EN LA NADA


Sin pensar, aquí estoy, en este lugar, sin saber porque he venido, me pregunto ¿Qué hago aquí? Extraña pregunta.  No estoy en ningún lugar. Digamos que me encuentro atrapa en una nada. Estoy en la nada sin saber que es la nada, la nada es nada. Aquí estoy, no veo nada, ¿será esto la nada?...
Y sin embargo estoy segura de haber llegado, no sé a dónde pero me gusta, porque ahora no quiero seguir caminando, quiero quedarme aquí, aun sabiendo que no hay nada.
 ¡Y ahora que hacer en la nada!
Me entraré en mi nada y la tocaré con mis manos temerosas, indecisas. Me olvidaré por un instante de mi almacenada historia, me voy a permitir  volver a nacer ¡libre! sacar el yo que  nunca tuve.
Caminaré deshaciendo, recuperando lo que nunca fui. La nada será mi forma. Surgiré de la nada. De ella naceré.
Observaré al nuevo ser. Miraré como camina, como habla ¿lo hará igual que yo, parecerá mi voz? quizás nadie lo note, quizás todo parezca igual, pero sé que no, que ese nuevo ser, no soy yo, sí, sí soy yo, estoy debajo de lo que parece, de lo aparente.
He de olvidarme del otro yo, la nada me ha dado esta oportunidad, ya no existe el pasado. Parto de cero.
Me arrojo a la nada ¿Me proyecto al mundo? ¿Soy mi pasado y a la vez soy nada porque todas las posibilidades se abren ante mí?
Se abren ante mí, sí, estoy en presente, esta es la nada. Intentaré que todo sea la primera vez.


Marian y Juana.

domingo, 9 de junio de 2013

EL VESTIDO ROJO




El día que mi madre  dijo que me había traído la tela para un vestido se mascó la tragedia en mi casa.

Con doce años a cualquier niña le hace ilusión estrenar ropa y sobre todo, cuando ésta era escasa, como pasaba en mi infancia.

Al volver del colegio vi un enorme paquete sobre la mesa del comedor y mi madre dijo que me había comprado un vestido. Mi alegría fue enorme. Entre las telas para sábanas y delantales había una roja, de un rojo brillante.
-Mamá, ¿cuál es para mí? -pregunté ilusionada.

-El rojo, dijo mi madre.

¡Rojo!. ¡Dios mío, rojo!.

-Mamá, ¿cómo me lo has traído rojo? ¡yo no  puedo vestirme de rojo!.

-Esta niña siempre igual, no agradece nunca lo que se le trae, no se da cuenta de los sacrificios que hacemos por ella.

No contesté.

¡Rojo!. Mi madre no se entera ni quiere enterarse,  de lo que se van a reír mis amigas al verme vestida de  rojo. La ropa nueva siempre  es para los domingos y tendré que pasar el invierno disfrazada  de rojo. No podré salir a la calle, ¡imposible! ¡Por Dios,  si es rojo!.

Loles es una niña tímida, con muchos complejos porque está rellenita, las amigas la soportan pero no tiene ninguna especial, más íntima, como lo son Luisita y Rosa. Siempre busca agradarlas para ser aceptada y pertenecer al grupo. Rosa, la desprecia, se burla de ella, y las demás se ríen con las puyas que Rosa le lanza.  A veces la dejan sola o no aparecen cuando han quedado para ir a la Alameda. Loles  se enfada pero no lo demuestra, ¿para qué?, si lo hace les dará un motivo para no venir a buscarla nunca más; entonces se quedaría sin amigas y su madre le echaría la culpa: “es que eres muy rara y todas las niñas se van de tu lado”.

A Loles no le gusta llamar la atención, prefiere esconderse y pasar desapercibida. Se siente a gusto sola, leyendo los tebeos y cuentos que su padre le trae. En casa la animan a salir con las amigas del colegio, con las niñas vecinas de la calle y con las hijas de las familias conocidas, pero Loles no sabe tratar con ellas. Es callada y torpe. Tampoco le gusta a las maestras de la escuela que aprovechan cualquier ocasión para sacarle los colores.

Donde Loles se siente realmente a gusto es en casa de la tía Rita. El patio trasero de la casa es el escenario donde la niña se desinhibe cantando y jugando a ser actriz.
 
-“Mañana le llevaremos la tela a Paquita para que puedas estrenarlo el día de los Santos, con la chaquetita azul del uniforme”.

Creí que me moría, esto va en serio, no han servido de nada mis llantos por todos los rincones de la casa, ni mis silencios, ni mi cara larga y enfurruñada. Mañana es el día.

Un fuerte olor a quemado despertó a mis padres aquella noche y el alboroto que armaron nos levantó de la cama a todos los niños. Del saloncito salía un  humo negro y denso que hacía toser a los pequeños. Mi padre cogió el jarro del agua y la echó sobre lo que producía el humo y rápidamente lo arrojó al patio.

Mi padre gritó furioso: ¿Quién ha dejado la vela encendida sobre esta tela roja?.