Aquella noche
de julio, en el verano de 1962, fue una de las más calurosas del año.
La
madrugada se hacía eterna por la imposibilidad de conciliar el sueño. Algunos transeúntes de
regreso a sus viviendas, caminaban lentamente, como sin ganas.
En la
estrecha calle del pueblo, sus vecinos buscaban inútilmente un poco de aire
fresco, sentados en los balcones con las persianas levantadas hasta lo más
alto. Se oían murmullos de conversaciones. El llanto del niño chico de Antoñita
se hacía notar en el activo silencio de la noche, entre los bostezos de los
adultos y el canto de los grillos.
Poco a poco
las luces de las habitaciones se fueron apagando dejando la calle en una semi
penumbra, con el alumbrado escaso de las bombillas callejeras situadas sólo en
las esquinas.
Manuel se
levantó de la silla del balcón para dirigirse a la alcoba, al día siguiente
tendría que madrugar para ver como maduraban las uvas y quería hacerlo
temprano. Aunque el calor no lo dejase
dormir, al menos podría estirar las piernas –pensó.
Pura se
quedó un rato más, lo mismo le daba abanicarse allí que en el lecho y estaba
segura de que aquella noche partiría el abanico con tanto movimiento.
A los pocos
minutos empezó a sentirse la fuerte
respiración de Manuel, primero
suavemente y luego con toda la potencia de que eran capaces sus pulmones. En
las casas contiguas, los vecinos se removían en sus camas; al sudor pegajoso de los cuerpos
se unía ahora el penetrante y escandaloso sonido de cada noche: los ronquidos de Manuel.
Desde los
otros balcones comenzaron los intentos para callarlo, espoleándolo con sonidos bucales, muy efectivos en algunas
personas pero inútiles si se trataba de él..
Un grito
estentóreo sonó en el silencio nocturno:
“¡Manueeé, coño, despiértate un ratito a ver si podemos dormir los demás!.
La que se
oyó, hasta en la plaza, fue la fuerte carcajada de Pura.
Muy bueno Isabel, veo que tu inspiración no tiene límites como la mía, enhorabuena
ResponderEliminares lo que tiene el verano, abrir puertas y ventanas y escuchamos hasta los pedos del vecino, jajaja..
ResponderEliminarIsabel Mena. Una historia cotidiana, descrita en cuatro palabras. Los ronquidos de Manuel se oyen hasta en la plaza de mi pueblo.
ResponderEliminarEnhorabuena
Marian
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EliminarMuchas gracias Marian. Me alegra que te haya gustado.
Eliminar¡Manueeeeé!... El bochorno, la callejuela, seguramente algún tendedero de ropa y ...¡Los ronquidos! Te salió de lo más costumbrista. Me encantó
ResponderEliminarBesito volado.
Oír los ronquidos de los vecinos era muy habitual en las noches de verano de mi niñez. Hoy, los aires acondicionados han hecho perder ese "encanto" que producía el calor (por aquí se dice "la caló" cuando ésta es muy agobiante).
EliminarMuchas gracias por tu comentario.